"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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En la madrugada

EN LA MADRUGADA. Jorge Muñoz Gallardo. A eso de las cuatro de la madrugada me desperté, un extraño ruido ondulaba en el silencio de la noche. Puse atención, era como un gemido persistente y monótono. ¿De dónde venía? Me incorporé, calcé las pantuflas y me puse la bata, enseguida fui a la ventana, el extraño sonido era más nítido pero indeterminado, después de unos minutos de atención pude concluir que venía de afuera y se acercaba. Cogí las llaves y salí al jardín, la noche era tibia, una luna blanca brillaba entre delgadas nubes grises. Caminé a la puerta, la abrí y me asomé a la calle, un insólito espectáculo se presentaba ante mis ojos, miles de ovejas pasaban trotando y balando con tono de ruego y de zumbido ronco. Miré hacia la izquierda, la columna de animales se perdía en la distancia, unas grises, otras blancas y unas cuantas negras, desfilaban hacia el norte como una marea incontenible, como las imágenes de una pesadilla sin pausa. Algunas luces brillaron en las ventanas de las casas vecinas y otras figuras aparecieron en la acera, rostros de niños asomaron en las ventanas y en las puertas. De pronto estallaron gritos y carreras, docenas de niños se mezclaban entre las ovejas que en ningún momento se detenían o aminoraban el tranco. Sus gemidos conmovedores se elevaban al cielo como una misteriosa plegaria acompañada por el rítmico y tenaz golpeteo de las pesuñas. Cuando me empezaron a doler las piernas de tanto estar de pie y las ovejas seguían pasando sin detenerse un solo instante, regresé a mi cuarto y quitándome la bata y las pantuflas me acosté muerto de cansancio, apoyé la cabeza en la almohada, creo que empecé a roncar de inmediato. Una enorme oveja negra, con los ojos redondos y brillantes, se irguió junto a la cama, su lomo casi tocaba el techo y su aliento caliente me daba en la cara, y cuando soltó un balido espantoso salté entre las sábanas abriendo los ojos, mirando hacia todos lados, la oveja no estaba, todo parecía normal, pero mi corazón continuaba martillando aceleradamente en el pecho. Por fin recuperé la calma y encendí el viejo radio transistor que estaba sobre la mesita de noche, la voz del locutor, que intentaba ser pausada, apareció entre un chicharreo sordo: “Un extraño suceso ha ocurrido esta madrugada, una interminable manada de ovejas ha cruzado la ciudad inundando las calles y causando una gran alarma en la población, nadie sabe de donde vienen y a donde van”.

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